“Por la autoridad del Dios Omnipotente, el Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo y de los santos cánones y de las virtudes celestiales,
ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, papas, querubines y serafines: de
todos los Santos Inocentes, quienes a la vista del Santo Cordero se encuentran
dignos de cantar la nueva canción, y de los Santos Mártires y Santos
confesores, y de las santas vírgenes, y de los santos electos de Dios:
“SEA CONDENADO MIGUEL HIDALGO Y COSTILLA,
Ex cura del pueblo de Dolores.
“Lo excomulgamos y anatemizamos, y de los umbrales de la
Iglesia del Todopoderoso Dios, lo secuestramos para que pueda ser atormentado
eternamente por indecibles sufrimientos, justamente con Dathán y Habirán y
todos aquellos que le dicen al Señor Dios: “¡Vete de nosotros porque no
queremos ninguno de tus caminos!”. Y así como el fuego es extinguido por el
agua, que se aparte de él la luz para siempre jamás. Que el hijo, quien sufrió
por nosotros lo maldiga. Que el Espíritu Santo, que nos fue dado a nosotros en
el bautismo, lo maldiga. Que la Santa Cruz a la cual Cristo, por nuestra
salvación ascendió victorioso sobre sus enemigos, lo maldiga. Que la Santa y
Eterna Madre de Dios, lo maldiga. Que San Miguel, el abogado de los santos, lo
maldiga. Que todos los ángeles, los principiados y arcángeles y las potestades
y todos los ejércitos celestiales, lo maldigan. Que San Juan el Precursor, San
Pablo y San Juan Evangelista y San Andrés, y todos los demás apóstoles de
Cristo juntos, lo maldigan.
“Y que el resto de sus discípulos y los cuatro Evangelistas,
quienes por su predicación convirtieron al mundo universal, y la santa y
admirable compañía de mártires y confesores, quienes por su santa obra se
encuentran aceptables al Dios Omnipotente, lo maldigan. Que el Cristo de la Santa
Virgen lo condene. Que todos los santos, desde el principio del mundo y todas
las edades que se encuentran ser amados de Dios, lo condenen. Y que el Cielo y
la Tierra y todo lo que hay en ellos, lo condenen. Sea condenado Miguel Hidalgo
y Costilla, en donde quiera que esté, en la casa o en el campo, en el camino o
en las veredas, en los bosques o en el agua, y aun en la iglesia. Que sea
maldito en la vida o en la muerte, en el comer o en el beber, en el ayuno, en
la sed, en el dormir, en la vigilia y andando, estando de pie o sentado,
estando acostado o andando, mingiendo o cantando, y en toda sangría.
“Que sea maldito en su pelo, que sea maldito en su cerebro,
que sea maldito en la corona de su cabeza y en sus sienes; en su frente y en
sus oídos, en sus cejas y en sus mejillas, en sus quijadas y en sus narices, en
sus dientes anteriores y en sus molares, en sus labios y en su garganta, en sus
hombros y en sus muñecas, en sus brazos, en sus manos y en sus dedos. Que sea
condenado en su boca, en su pecho y en su corazón y en todas las vísceras de su
cuerpo. Que sea condenado en sus venas y en sus muslos, en sus caderas, en sus
rodillas, en sus piernas, pies y en las uñas de sus pies. Que sea maldito en
todas las junturas y articulaciones de su cuerpo, desde arriba de su cabeza
hasta la planta de su pie; que no haya nada bueno en él, que le Hijo de Dios
viviente, con toda la gloria de su majestad, lo maldiga. Y que el cielo, con
todos sus poderes que en él se mueven, se levanten contra él.
QUE LO MALDIGAN Y CONDENEN.
“¡Amén! Así sea, ¡Amén!”
Obispo Manuel Abad y Queipo, Chihuahua, 29 de julio de 1811.